quinta-feira, 16 de abril de 2009

Billinghurst (parte 3)

-De veras que no habías planeado venir aqui?
-Sí, de veras; estaba andando y comenzó a llover; sin querer pasé por aquí y decidí ver si estabas.
-Hace mucho tiempo que no te veía, que no te sentía. Había olvidado cuan cálido sos, cuan bien me sentía a tu lado.

-Por que lo arruinaste todo? por que me hiciste alejarme de ti?
-Y aún seguís siendo tan egoísta! fue por causa de tu necesidad de poseerlos a todos, de sentirte deseado, de ser mas, de tener mas. Fuiste vos quien decidió irse, yo tan solo abrí la puerta.

-Tu aceptaste desde un principio mi única regla, pero no cumpliste las tuyas, no lograste mantener alejado tu corazón de tu pene. Tú te involucraste con el primer imbécil que entró entre tu pantalón; yo nunca lo hice, siempre fui leal a ti, nunca mudé lo que sentía por tí, nunca nadie ocupó tu lugar...

-Pero nunca me lo demostraste, cada vez éramos mas distantes, cada vez te sentía mas ajeno a mí; me sentía solo, y fue en ese momento cuando Marcelo apareció. Él supo llenar el vacío de tus besos, la falta de tus caricias, supo opacar el silencio de tus palabras.

-Y nuestra historia simplemente la botaste al caño!

-Tú la botaste y decidiste irte; no supiste qué hacer cuando yo empecé a jugar tu juego poligámico, cuando Marcelo comenzó a hacer parte de nuestras vidas, de la mía en especial. Decidiste irte, con el primero que se ofreció llevarte a su cama y no a la tuya, prometiéndote estupideces, prometiéndote castillos de cartas, prometiéndote una estabilidad que tú mismo sabías que no existe, ni en tí, ni en nadie que te rodea. Y ahora, supongo que te ha dejado por otro; y el castillo? derrumbado, junto con tu ego. No vengas a culparme por tu fracaso, no vengas a perturbarme con tu cuerpo, no vengas a entristecerme por no poder tener mas tu mirada.

-Aún no se me olvida que soy yo siempre el estúpido, siempre el que daña todo. Nuestro castillo de arena no lo destruyó Marcelo, ni tú, lo destruí yo, por ser como soy, por ser inestable, indeciso; por ser frio y no decirte que te amaba, por considerar que la amistad y la complicidad que existía entre nosotros bastaba para tenerte a mi lado. Y ahora él también se fue, con la total certeza que yo destruí el castillo de naipes que él construyó para mí.

El silencio dominó la sala. Desnudos, cubiertos apenas por una toalla gris que el extranjero había comprado tiempos atrás, se dieron cuenta que no existía un culpable, que su historia debia terminar de una vez por todas; estaban tan vulnerables que paradójicamente fueron racionales por un momento, y el paradigma del fin ocupaba sus cabezas. El amor que había existido no era suficiente para cicatrizar las heridas en el ego y en el alma, y la distancia se mostraba como su única aliada para la encrucijada en que estaban. Estaban cansados de pensar y pensar, de sentir y juzgar, de llorar en vano por una relación tan deteriorada como el edificio en donde estaban. Se vistieron y tomaron un café, en silencio; luego un porro y una película de John Walters, la que ambos amaban y que vieron por primera vez juntos hacía ya un par de años.

Después de la película, se abrazaron y lloraron, prometiéndose nunca volver a verse. El extranjero volvería a su tierra, al tránsito infame y a un trabajo insulso, mientras que el porteño continuaría con su vida en el viejo edificio, con su antiguo trabajo y con Marcelo.

Lo que nunguno de los dos sabía era que Marcelo había marcado un encuentro en Foz de Iguaçú, con una muchacha con nombre de flor y un muchacho de cabello liso y ojos negros, a las 12 del mediodia siguiente, en la parte brasileña.

1 comentário:

Rodrigo SA disse...

el silencio, la desnudez... la levedad del ser cuando uno se fuma un porro, la necesidad de terminar el encuentro en un lugar mágico...
Iván muchas gracias por los comentarios. Su blog también me encanta. Deberíamos hablar, agrégame a msn, yiyo95@hotmail.com.
Un abrazo