domingo, 30 de agosto de 2009

Memorias de Minas I

-É importante dizer que o verde é mais verde na Lagoa da Pampulha

-Ouro Preto é fría, solitária, um laberinto no meio da serra, cheia de religião, barroco e comercio. A cidade me faz sentir cansado e só. María veio comigo, mas ainda não tivemos coragem de falar. Não sei se vale a pena ela sair da pousada, uma casa velha com cheiro de mofo e história.

-Sinto-me desanimado e cansado nesta cidade; não trouxe nada para ler, mas não quero comprar nada à toa, um livro que não vou ler, assim como alguém que não vou conhecer. Além que não quero gastar o pouco dinheiro que tenho.

-Faz duas semanas que não tenho casa.

-Quero falar, mas entre tanta gente não achei alguém que converse comigo. Talvez a bebida ajude, mas não há um lugar legal para isso.

-Os anjos têm cara de tarados, algúns seguram caveiras nas mãos, outros levam flores. O Aleijadinho deixou sua marca em cada canto da cidade e eu não deixei nada.

-A saudade aperta, mas não sei do que, tão só sei que é saudade. De alguém que me espere, talvez, ou da selva de pedra quiçás. Não há razão para a melancolia, ela aparece com seu peso em qualquer canto e a qualquer hora. Pretendo acordar cedo e ir embora, com a esperança que a próxima cidade seja mais amena para meu espíritu.

--

-Tiradentes é outro conto dentro da mesma história. A cidade está cheia de papagaios e fuscas, todos eles coloridos. Doces, muitos doces, de leite, de coco e de figos, mas comi um de amendoim. A María veio também e tem sido legal a sua companhia.

-Conheci outra María em São João del Rei, mas era Maria Francisca. Não parava de me olhar, mesmo me mexendo à esquerda ou à direita; me apontava sempre com seu pé direito, mas nunca se mexeu do seu lugar, apoiada no seu túmulo.

-Enquanto jantava feijão tropeiro, caíam do céu sapatilhas de judei, de cor amarela, marróm e vermelho. Cachorros andavam pra cima e pra baixo e eu não conseguia parar de comer sonhos e chuva. Beija-flores voavam elegantemente perto da prisão, sussurrando no meu ouvido cantos que não entendia, e a pequena cidade enchia de turistas com sacolas e palhaços com narizes vermelhos.

-Confeso que a igreja mais bonita foi aquela feita para escravos, construida à noite por aqueles que não ficavam na prisão ou no porão. A prisão no porão do Padre era oscuro, medonho e frío, o qual podia ser visto desde qualquer quarto da sala e estava separado por uma pequena parede do lugar onde as freiras louvavam a Deus.

--

-Inhotim é o paraiso feito arte, um parque de diversões. Conceitos, figuras, pássaros, árvores, todos conjugados em um lugar só e em amenos estados de espíritu. "Aqui a natureza é pura", fala a pequena. Dá vontade de morar aqui, de ter um terrunho perto do laberinto do Oiticica, dormir em algúm dos fuscas coloridos ou se esconder embaixo da malha do Cildo, para fugir, para ficar ou para não pensar mais.

terça-feira, 11 de agosto de 2009

un dia

Un gorrino y un oso fueron al parque un día para pasear. andaron en bicicleta después de haber comido papas con maíz en la ribera del rio; mientras comian, estaba una lenta tortuga nadando erráticamente, moviendo sus patas de un lado para otro, calentando su caparazón con los rayos del sol que caían fuerte ese dia. Un típico día de verano en pleno invierno, como solía ser en aquella selva.

El gorrino andaba más veloz que el oso, pero no tan rápido como para perderlo de vista. Paraban un poco, veian la danza de los insectos y volvían a subir en la bicicleta. Ahora era el oso que andaba al frente, lento, esquivando perros que andaban despistados por el parque. Después de andar por más de una hora entre árboles, piedras y abejas se sentaron en el borde de un riachuelo, viendo los patos jugar en el agua y los cisnes blancos mirando los cisnes negros en su eterna lucha entre el quien es el mas bello. La garza, elegante como siempre, observaba desde el otro extremo del lago, sin involucrarse en esa pelea ridícula de vanidades.

Descansaron un poco, viendo el sol ocultarse entre los árboles amarillos, rosados y verdes. el oso durmió, el gorrino no lo logró. Saliendo del parque encontraron mas perros, unos graciosos y otros no tanto, pero en su mayoría todos eran educados. El oso y su amigo gorrino querian comer pez y sabían que el lugar perfecto donde encontrarlos era al otro lado del valle, así que andaron, pacientemente hasta allá. Al llegar al valle decidieron descansar un poco, pero contaron con tan mala suerte que estaban tan cansados que se durmieron. Despertaron antes del canto de los alelíes pero los peces ya se habían ido río arriba.

No pudieron hacer otra cosa sino dormir y esperar que volvieran los peces, pero ellos nunca volvieron, habían quedado presos en una represa humana río arriba.

segunda-feira, 3 de agosto de 2009

My own six feet under

Después que le vi con su "coisinha fofa" su recuerdo volvió, aún sabiendo que había conseguido a alguien desde antes, como si ya supiera del fin. Confirmarlo fue lo último que necesitaba para enterrarlo, pues estaba muerto hacía ya un buen tiempo, pero yo seguía cargando con su peso, con su olor a muerto, un amor muerto que huele a peras podridas.

Pero, acaso pensaba yo, ingenuamente, que enterrar no duele?
Un entierro siempre duele, o incomoda; a mí me incomodó y desequilibró, aparte de hacerme sentir un aguijón en medio de ese algo que podría ser el alma, agudo dolor, agudo dolor.

Y el silencio llega a mi cabeza, el blanco, el vacío. Un zombie en luto, que paradójicamente entierra su antiguo amor, viejo y roido como todo él.

Creo que ahora sí sé que el mejor rótulo a todo lo que sucedió era amor, pues no lo siento mas; aparte de tener la sensación de estar incompleto, como si el aguijón en medio de ese algo parecido al alma le hubiera quitado un riñon o uno de los dos corazones.

Colocar una palada de tierra a la tumba de un amor, se siente como granizos golpeando la cabeza, especialmente en la parte en donde me besaba en las noches. Y Spirulina hablando mas alto que el granizo, con su voz verde y sus filamentosas presunciones, y yo intentando pensar en algo que quitara el blanco zombie que me dominaba.

La chica polaca de rojos cabellos me coquetea con un cigarrillo, pero yo le respondo con una puerta de madera en la cara. Mientras, entro al cuarto de hielo y preparo con cocktail de micronutrientes para Spirulina, que no para de gritar.

Otra palada de tierra y otra lluvia de granizo que cae. No duele mas ni menos, duele lo mismo, no logro acostumbrarme al dolor. Y continua el hedor de peras podridas y samambaias secas, que no logro ocultar, está alrededor de mí y sé que las personas lo notan, por mas que intenten disimularlo.

Como exageradamente, me contagié con el hambre insaciable de Spirulina. La música me fastidia pero el silencio me mata. El duendecillo mimoso me invita a salir por la villa, pero no quiero verle, no quiero ver a nadie. Mañana será otro dia, pienso yo, pero en el fondo sé que todos los días serán grises, nublados y húmedos, como es inhabitual en esta selva.

Los escritos aumentan, los errores no se acaban y el cansancio se acumula. La sensación de gritar está en la punta de la lengua, pero la voz de la niña en la lejanía me reconforta y la risa del niño me dá fuerzas para continuar con el entierro.

Porque ellos son los vivos, este que está aqui bajo la tierra ya no más.