terça-feira, 21 de agosto de 2012

Sobre falsos profetas.

(ES)
No es mi experiencia, pero la siento como mía. La verdad, es ver como todo ese proceso, regado a mucho café colombiano, se convirtió en una realidad: la abertura de la exposición. Aquel momento en que todo el esfuerzo, las llamadas, las fotos y el desespero se juntaban en la presentación del performance y la interacción con los objetos, esculturas, o instalaciones.

Es impresionante ver al público interactuando con el artista, haciéndolo su juguete, su marioneta personal en aquel momento, bien sea por la dosis de cachaça que ofrece el artista, o por la intención de saber más sobre su papel como ilusionista.

Sr. Kosouth es una máquina monstruosa cuando se activa. Hay tanta energía en el lugar, existe una interacción constante entre las diferentes áreas: la persona, el performer, la acción, la definición y la fotografía. El público, expectante, asombrado por la capacidad multicanal del performer. El performer, expuesto y vulnerable frente a su propio ego, sin otra arma más que su arte, que, vale la pena decirlo, fue el causante de todo lo que le ha sucedido.

Es, digamos en términos polémicos, un Jesucristo del arte contemporánea, expugnando todos sus pecados y los pecados de aquellos que están en la exposición. El morbo se apodera del público cuando el performer canta desnudo, y también cunde la codicia cuando le piden más y más cachaça. Otros pecados capitales rondan el lugar, lo cual hace aún más válido el sacrificio que hace este falso mesias en el museo.

Las lágrimas, el sudor y la resaca son lo único que quedan en el espacio. Se van las personas, las luces, las cámaras y el performer. Resta el Sr. Kosouth inactivo, expectante a que sea nuevamente reanimado: que las fotos muden su lugar, la definición mude su contenido, la acción sea creada y el performer lapidado. Así como los diamantes.

***
(PT)
Não é a minha experiência, mas eu a sinto como se fosse. Na verdade, é ver como todo o processo, muito regado com café colombiano, tornou-se realidade: a abertura da exposição. Aquele momento em que todos os esforços, as ligações, as fotos e o desespero se juntaram na apresentação da performance e na interação desta com os objetos, esculturas, instalações ou como queiram ser chamadas.

É incrível ver o público interagindo com o artista, fazendo dele o seu brinquedo, seu fantoche pessoal naquele momento, quer pela dose de cachaça que o artista oferece, ou bem pela intenção de saber mais sobre o papel dele como um ilusionista.

Sr. Kosouth é uma máquina monstruosa quando ativado. Há tanta energia no lugar, existe uma constante interação entre as diferentes áreas: a pessoa, o artista, a ação, a definição e a fotografia. O público, expectante, admirado com a capacidade multicanal do artista. O artista, exposto e vulnerável frente ao seu próprio ego, sem nenhuma outra arma que não seja sua arte, que vale a pena dizer, foi o motivo de tudo o que lhe aconteceu.

É, digamos, em termos polêmicos, um Jesus cristo da arte contemporânea, expurgando todos os seus pecados e os pecados dos que estão na exposição. A luxúria invade o público quando o artista canta nu, enquanto a cobiça faz-se evidente quando lhe pedem mais e mais cachaça. Outros pecados fazem a ronda pelo lugar, o que torna ainda mais válido o sacrifício deste falso messias no museu.
As lágrimas, o suor e a ressaca são os únicos que permanecem no espaço. Longe estão as pessoas, as luzes, as câmeras e o performer. Resta Sr. Kosouth inativo, esperando para ser reanimado novamente: que as fotos mudem de lugar, que as definições mudem seu conteúdo, que a ação seja criada e que o performer seja lapidado. Assim como os diamantes.