sexta-feira, 16 de setembro de 2011

naqueles dias

Ya está. Fóllame! fue la segunda frase que le dijo. la primera, claro, fue un simple: Hola, como estas? Aunque ya se conocían desde antes, Martin siempre estaba esperando por aquel Hola, sin saber lo mucho o poco que significaba para Julián. Sin embargo, los dos estuvieron de acuerdo en que la segunda frase era lo que tenía que suceder en ese momento.

Después de ello, las cosas volvieron a su antiguo eje. Julián fue a la clase de francés más feliz que nunca. Martín fue a buscar chicos guapos en galerías de arte. Los dos tuvieron suceso, y volvieron a tiempo para beber una copa de vino antes de que la rutina los consumiera, de nuevo, y los alienara de sus verdaderos destinos.

Al final de la noche, Julián, con insomnio, veía dormir plácidamente a Martín; lo imaginaba soñando con el chico delgado y barbudo con el que se dio besos en el parque, o quizás con su antiguo novio que había dejado en Montevideo. Julián, por otro lado, buscaba algo qué soñar, alguien que le brindara aquella sal que necesitaba para enriquecer su vida, la que creía, erróneamente, perdida en los brazos de otro ser humano.

En la mañana, Martín se levantó y preparó el último café colombiano que quedaba. Mientras lo bebía con fervorosa pasión, veía a Julián con la cabeza debajo de las almohadas, como un niño chico que se esconde del llamado de su madre para ir al colegio. Pensaba que Julián era tan lindo que jamás se iría a interesar por él, un cuerpo definido, alguien "muy bueno", como si quisiera decir que era algo inalcanzable o innecesario.

A fin de cuentas, toda aquella parafernalia no importaba, lo que realmente importaba era que juntos se sentían "en casa". No sabían bien si era por el efecto de la marihuana o por la tan anhelada lluvia que llegaba a refrescar el alma. Pero se sentían bien al dormir abrazados en las madrugadas, o con los pies tocándose sutilmente durante toda la noche. Eran momentos tan mágicos que simplemente no necesitaban explicación, tan sólo eran dos almas solitarias compartiendo algo inexplicable, real y reconfortante.

"Dime que me amas". Fue la última frase que dijo Martin. Julián sólo sonrió y dijo sí. Después, Martín tomó las maletas y partió rumbo a la ciudad seca y aburrida, mientras que Julián continuaría en la 'selva de pedra'. Cada uno seguiría con sus vidas, con el recuerdo, el olor y las fotos del otro. Julián se reprocharía por sabotear el tiempo que tuvieron juntos, mientras que Martín gastaría su tiempo pensando en qué era lo que había hecho mal para que las cosas no hubieran salido mejor.

La verdad, no entendían que toda su historia era una causalidad más del destino, una coyuntura que repercutiría y que no importaba si saliera bien o mal, pues el simple hecho de encontrarse en São Paulo era una ligación más, alguna importante quizás, de aquellas que se anhelan y que roban sonrisas en el metro, andando en la bicicleta o en la ducha tomando baño. En aquellos momentos en que ellos eran más ellos, recordando con cariño como Martín abrazaba a Julián en las madrugadas, o cuando Julián besaba furtivamente a Martín en el ascensor o en la plaza.

No había seguridad si en verdad se amaban. Entre ellos la realidad quedaba a medias y las cosas parecían un mar gigantesco y pando. Pero el tiempo que pasaban juntos era tan valioso y renovador que su profundidad parecía, de repente, algo irrelevante, lo que sin lugar a dudas era la grieta de su relación inexistente, la que lograba mantenerse en pié por el encanto de São Paulo y sus locas y divertidas amalgamas.

El lunes, cuando se despedían, comprendieron que lo único que era real era la soledad de ambos, sus distancias y la falta de sus besos, mientras estuvieran en sus respectivos cuartos, lejos "de casa". Como decía Julián, lejos de la casa de sus sueños en la Villa.

sexta-feira, 9 de setembro de 2011

un juicio de moral

"Y dime, Marcelito, como te defines?"

y el muchacho, amedrentado, le dice: "Soy un mal científico, soy un artista mediocre y soy un escritor frustrado". En seguida, la jueza le pregunta: "alguna última cosa para decir?"

"No". contesta Marcelo.

"Está bien. Pueden llevárselo"

La puerta se cierra y en la sala tan sólo se escucha el sonido de las hojas del informe. El destino de Marcelo ya no le corresponde a nadie en la sala. Las pruebas han hablado y los crímenes han sido resueltos. Poco a poco la sala se vacía, la luz de la tarde se escurre entre las ventanas y el vigilante tranca la puerta. A él nada le importa Marcelo, así como al resto de los presentes durante la audiencia.

Todos sabían que los juicios a favor de la moral eran los momentos perfectos para conocer personas e intercambiar teléfonos. Además, era en los juicios en que todos los habitantes de aquel pueblo se unían, por única vez, en pro de alguna causa: la defensa de la moral, los buenos costumbres y el arte barroco.