domingo, 15 de abril de 2012

de vinos, mate e ilusiones

Tomaron el 130 a las diez. En el camino hablaron poco y apenas si se vieron las caras. Mariela estaba triste por irse y Leandro estaba preocupado porque iba tarde al trabajo. A las 10:25 Mariela se bajó en el puerto y, con voz resquebrajada, se despidió rápidamente antes que el bus tomara su rumbo y ella perdiera su parada. En Córdoba y Reconquista compró un vino y unos alfajores y fue al puerto para marcharse de Buenos Aires y su economía hiper inflada.

Durmió todo el viaje para no sentirse melancólica, pero al llegar a Montevideo lo primero que sintió fue la falta de Leandro; su sonrisa, sus dientes, sus piernas y su piel estaban tan arraigados en la mente de Mariela que todos los montevideanos de repente eran iguales a él.

La imposibilidad física de ese amor no le quitaba el sueño, pero la continuidad de esos ciclos de amores imposibles le rompían las ilusiones y la arrastraban en un sinsabor por la tierra roja de la ciudad donde vivía. Ramiro y los otros ahora no eran más que fantasmas que deambulaban en sus sueños de otoño, recuerdos de tiempos veraniegos que le robaban sonrisas y le rectificaban una vez más que había que vivirla para poder contarla.