quarta-feira, 22 de abril de 2009



Spirulina platensis
20.04.09

quinta-feira, 16 de abril de 2009

Billinghurst (parte 3)

-De veras que no habías planeado venir aqui?
-Sí, de veras; estaba andando y comenzó a llover; sin querer pasé por aquí y decidí ver si estabas.
-Hace mucho tiempo que no te veía, que no te sentía. Había olvidado cuan cálido sos, cuan bien me sentía a tu lado.

-Por que lo arruinaste todo? por que me hiciste alejarme de ti?
-Y aún seguís siendo tan egoísta! fue por causa de tu necesidad de poseerlos a todos, de sentirte deseado, de ser mas, de tener mas. Fuiste vos quien decidió irse, yo tan solo abrí la puerta.

-Tu aceptaste desde un principio mi única regla, pero no cumpliste las tuyas, no lograste mantener alejado tu corazón de tu pene. Tú te involucraste con el primer imbécil que entró entre tu pantalón; yo nunca lo hice, siempre fui leal a ti, nunca mudé lo que sentía por tí, nunca nadie ocupó tu lugar...

-Pero nunca me lo demostraste, cada vez éramos mas distantes, cada vez te sentía mas ajeno a mí; me sentía solo, y fue en ese momento cuando Marcelo apareció. Él supo llenar el vacío de tus besos, la falta de tus caricias, supo opacar el silencio de tus palabras.

-Y nuestra historia simplemente la botaste al caño!

-Tú la botaste y decidiste irte; no supiste qué hacer cuando yo empecé a jugar tu juego poligámico, cuando Marcelo comenzó a hacer parte de nuestras vidas, de la mía en especial. Decidiste irte, con el primero que se ofreció llevarte a su cama y no a la tuya, prometiéndote estupideces, prometiéndote castillos de cartas, prometiéndote una estabilidad que tú mismo sabías que no existe, ni en tí, ni en nadie que te rodea. Y ahora, supongo que te ha dejado por otro; y el castillo? derrumbado, junto con tu ego. No vengas a culparme por tu fracaso, no vengas a perturbarme con tu cuerpo, no vengas a entristecerme por no poder tener mas tu mirada.

-Aún no se me olvida que soy yo siempre el estúpido, siempre el que daña todo. Nuestro castillo de arena no lo destruyó Marcelo, ni tú, lo destruí yo, por ser como soy, por ser inestable, indeciso; por ser frio y no decirte que te amaba, por considerar que la amistad y la complicidad que existía entre nosotros bastaba para tenerte a mi lado. Y ahora él también se fue, con la total certeza que yo destruí el castillo de naipes que él construyó para mí.

El silencio dominó la sala. Desnudos, cubiertos apenas por una toalla gris que el extranjero había comprado tiempos atrás, se dieron cuenta que no existía un culpable, que su historia debia terminar de una vez por todas; estaban tan vulnerables que paradójicamente fueron racionales por un momento, y el paradigma del fin ocupaba sus cabezas. El amor que había existido no era suficiente para cicatrizar las heridas en el ego y en el alma, y la distancia se mostraba como su única aliada para la encrucijada en que estaban. Estaban cansados de pensar y pensar, de sentir y juzgar, de llorar en vano por una relación tan deteriorada como el edificio en donde estaban. Se vistieron y tomaron un café, en silencio; luego un porro y una película de John Walters, la que ambos amaban y que vieron por primera vez juntos hacía ya un par de años.

Después de la película, se abrazaron y lloraron, prometiéndose nunca volver a verse. El extranjero volvería a su tierra, al tránsito infame y a un trabajo insulso, mientras que el porteño continuaría con su vida en el viejo edificio, con su antiguo trabajo y con Marcelo.

Lo que nunguno de los dos sabía era que Marcelo había marcado un encuentro en Foz de Iguaçú, con una muchacha con nombre de flor y un muchacho de cabello liso y ojos negros, a las 12 del mediodia siguiente, en la parte brasileña.

domingo, 12 de abril de 2009

Una de esas cartas

Estoy solo. Pero está bien, no es algo grave.
Creo que ha sido necesario, o tal vez para mí.
Ahora te entiendo cuando te escondías, pues hacerlo me hace menos mal.

Hoy estuve andando, divagando en esta ciudad y acordándome de los lugares que no fuimos, pero que en mi imaginación habíamos estado un dia, en las calles sobre montes, en esas calles que serpentean entre los morros. La feria debajo del museo con los extranjeros, los turistas y los hippies, con los coleccionadores de atigüedades; las pocas veces que fui a la feria compré algo para mí, y algo para tí. Aunque queria comprar algo, hoy me faltaba algo, hoy no estaba completo.

Andé un poco por la nostálgica ciudad, pero no eran los lugares: el cielo estaba abierto con un viento seco de otoño, aquel calor no sofocante, agradable, de seguro no sudaríamos. Pero no pude andar mas, hoy el peso de la soledad y la saudade no lo podía aguantar con tantas personas alrededor. Subí al bus que me llevaba para casa, con la esperanza de huir de los recuerdos de una ciudad otoñal.

Las cosas no han salido como quería que salieran, pero todo es remediable en esta vida excepto la muerte. Nadie se muere de amor, dicen por ahí, lo cual tomo como paradigma. El trabajo no ha estado muy bien, mis células murieron con Cristo el Viernes Santo y no resucitaron hoy... Mañana les hago la autopsia y comienzo de nuevo la tarea.

Tengo muchos escritos, pendientes, números pendientes, cartas, informes...he estado terriblemente ocupado, pero he estado muy tranquilo por ello, es mejor estar ocupado en estos dias. Hay dudas, hay planes, no hay nada. Hay extraños pero no hay nadie. Excepto los viejos amigos que siempre aparecen para dar una mano y compañia en la cama fría, junto con inesperados regalos mineiros. El niño creciendo, hablando, la niña hermosa y simpática. Los sabios mas viejos y las canas mas sabias.

Y tu vida como está?
espero que ocupada, de veras.
Tu recuerdo siempre está presente en tu ausencia
y mi ausencia siempre está conmigo

Como están los viejos y los niños?
como está Isabel?
como estás tú?

Un abrazo
un beso.

Lhe boneco



















(Esta es una de esas cartas, las conoces bien.
Aquellas que no mandas, pero que tal vez lleguen a su destino)

quinta-feira, 9 de abril de 2009

Billinghurst (parte 2)

La lluvia paró después que el extranjero decidió entrar en una esquina conocida. Había estado en ese edificio varias veces, conocía el olor a cigarrillo y humedad, ese olor de edificio viejo lleno de historias. Le vinieron dos nombres en la cabeza, marcó primero el número 45, tan sólo para probar la suerte, pues sabía que en ese horario no iba a obtener una respuesta.

-Alo?

-Hola, como estas?

-Hola, estoy bien, y vos?

-Bien también, algo cansado, pero bien.

(silencio)

-Puedo entrar? Estoy empapado...

(silencio)

- Sí, claro, entrá.

En el ascensor se dio cuenta que la última vez que había entrado en él había sido hacía ya un buen tiempo, y que en aquella ocasión le practicaron un fellatio formidable. Abrió la primera rejilla con la mano izquierda, la segunda puerta la empujó con mano derecha; la puerta del apartamento estaba abierta. Esa rutina le era familiar, la había repetido diariamente hasta hacia unos meses. Sin embargo, las cosas estaban diferentes de la última vez que había entrado, había un olor diferente, un olor mas cálido, mas ameno. Otros cuadros adornaban la pequeña sala que estaba iluminada por una lámpara alta y delgada, el mismo estilo de lámpara que él había comprado dias atrás para iluminar su cuarto. De repente, apareció el dueño de la lámpara y los ojos del extranjero se fijaron en él. Estaba igual de bello, con su barba de tres dias, los anteojos gigantes, el cabello liso y rubio, la nariz pequeña y los labios gruesos y rojos, que combinaban perfectamente con sus mejillas finas; andaba con su antiguo pantalón de practicar Ballet, mostrando el torso delgado y los pectorales definidos.

-Hace mucho tiempo no venía a este lugar. Está diferente, pero me gusta como quedó.

-Sí, es verdad, hace mucho tiempo; las cosas cambian, las personas cambian, pero tú sigues como siempre.

-No me acordaba como extrañaba este lugar, y como te extraño a tí

-A que has venido?

-Pasaba por aqui solamente. Llovió muy fuerte y pensé que podia tomar un baño caliente.

-Bueno, fue por causa da lluvia que no pude salir antes, pero ahora que paró debo irme. Puedes tomar baño, si querés; tan solo cerrá bien la puerta cuando te vayas.

-Ya te vas? al menos espérame tomo baño y nos vamos juntos. No quiero quedarme solo en tu casa.

-No puedo, tengo que salir ahora mismo. Además, sabés muy bien que no es conveniente que nos veamos.

-Está bien, como tú quieras. Son tus reglas, siempre lo han sido.

-Llámame un dia y almorzamos. Cuidate.

Entró al baño y los jabones artesanales aún estaban, esta vez de otros perfumes, diferentes del traumático maracuyá y el nostálgico yerbabuena. Al escuchar la puerta cerrar comenzó a desvestirse rápidamente; era verdad lo que decia, acerca de solamente querer una ducha de agua caliente. No tenía otras intenciones aquella tarde, el apartamento lo llenaba de recuerdos de una vida feliz, de risas y pizzas, de películas y series, de abrazos sinceros y cuidado mutuo. Y todo ello borraba su necesidad de sexo, pues había algo mas que simples cuerpos: en ese apartamento, con esa persona, habían sentimientos involucrados, había un pasado, había habido algo que podría catalogarse como un amor.

El agua caliente caía sobre la cabeza del extranjero, relajándolo. El día había sido muy largo, estaba cansado y confuso. Recordó que la última vez que tomó baño en ese lugar se prometió nunca mas ir a ese apartamento, pero como todas sus promesas individuales, esta la había roto por un acaso. De repente, sintió unas manos abrazándolo, unas manos conocidas, unos dedos traviesos y familiares; un cuerpo cálido que lo acorraló contra la pared del baño. Giró y ahí estaba él, con su barba de tres dias y sus labios gruesos y rojos, que se lanzaron contra su boca en un beso que le hizo escapar una lágrima de sus ojos frios. Había anhelado tanto ese beso!

El agua fue complice de sus ansias retenidas por tanto tiempo, el ruido de la ducha eléctrica fue la cortina de humo de sus actos, de sus caricias y toques; fue la explosión de una bomba de tiempo que se había formado en sus corazones y cuerpos. El baño fue su universo personal, único e inviolable. Fue la caja de pandora de todos sus deseos reprimidos, de sus soledades eternas, de sus ácidas nostalgias. fueron juntos por un instante de tiempo, sus cuerpos danzaban al ritmo del sexo y el cariño. Explotaron juntos de toda la represión y los reproches, de reclamos pasados, de diferencias e indiferencias. Sus cuerpos les dieron descanso a sus atormentadas almas en un viejo baño en Palermo.

domingo, 5 de abril de 2009

quinta-feira, 2 de abril de 2009

Billinghurst (parte 1)

Febrero, Calle Billinghurst, un lugar bastante conocido para él. Se tropezó con dos hombres que salían de un bar de dudosa reputación, como decía su amigo de infancia. Estaba completamente empapado por la lluvia que lo cogió desprevenido mientras caminaba sin rumbo. Eran las 5 de la tarde, y había fumado un porro antes de salir a caminar, al haber desistido de intentar tener sexo con algún conocido. Hacía calor, pero la lluvia no cesaba, lo cual le agradaba mucho; la sensacion del agua cayendo en su cabeza, como si con ello pudiera acalmar su mente, sus pensamientos, sus recuerdos. Estaba cansado de Buenos Aires, las noches de baile en Palermo y sexo en Recoleta, San Telmo o en cualquier otro lugar habían acabado junto con su dinero, y tenía que volver a buscar un empleo, en el lugar que detestaba, que aborrecía y que lo atrapaba en un tránsito infame. Su terrible destino lo obligaba a buscar un trabajo, pues todo el dinero que poseía de los ahorros de sus padres se había agotado.

Se consideraba un bueno para nada, un mediocre. Su vida había sido fundamentada en falsas cortinas de humo y en engañosas apariencias, pero nadie sabía de ello, tan solo él.

Lo imaginaba cansado y sucio. Estaba próxima la hora en que se iba a encontrar con esa muchacha que tenía nombre de flor, esa muchacha que él sentía los había separado. Pero no era así, él sabía que la culpa caía sobre sus manos, y no sobre la muchacha. Le dolía aceptar la culpa, le dolía aceptar que fue gracias a su temperamento agresivo, a su falta de dedicación y a su formidable capacidad de darle poca importancia a todo y a todos. Él se cansó de ser un mueble mas en su vida, de ser un cuerpo mas, unos labios, un sexo. No podía hacer nada, su vida era miserable desde todos sus puntos de vista. El amor lo había perdido hacía unos dias, el dinero se había acabado, el libertinaje porteño lo había agotado y su mente necesitaba huir de tantas contradicciones.

Él se había marchado semanas atrás después de una fuerte discusión en La Boca, y lo había dejado con una cuenta por pagar en el hotel y con el corazón roto por escuchar a carne viva todos sus defectos. Algunos dias después llegó una postal que no era para él: "12h en el Terminal de Foz de Iguazú, en la parte Brasileña, el dia que ya habíamos dicho". Sus sospechas se confirmaron y la cólera lo invadió. Ahora sabía exactamente a donde iba y con quien se iba a encontrar, y no pudo contener las lágrimas. Lo había perdido, tal vez para siempre.

Aún así decidió no moverse de Buenos Aires y vengarse acostándose con cualquiera que se ofreciera a hacerlo con él. No era difícil, tenía un encanto extranjero que le daba buenos resultados. Su acento no era mas el mismo, su mirada era calculadora y fria, y sabía decir las palabras adecuadas y los gestos propicios para conseguir su venganza. Pero sabía que era algo vacío, en vano, él no volvería a su vida y tal vez nunca iría saber de su tal venganza.

Por otro lado, le tranquilizaba saber que él no amaba a la muchacha; tal vez ella era solamente una válvula de escape a todas las paranoias y sus inseguridades, justamente con las que el extranjero no sabía lidiar. A éste por su lado, le dolía no haber intentado mas veces entenderlo, pero era de poca paciencia, volátil, inestable. La persistencia la había perdido hacía algún tiempo junto con su cordón umbilical, mientras que la pérdida del sentido de la existencia ocurrió 15 años después de ello, cuando el verdadero cordón umbilical murió.

El extranjero andó tanto bajo la lluvia aquella tarde de Febrero que sus tenis estaban inundados, pero ni él ni la lluvia cesaban en su camino. Necesitaba olvidarse de él, necesitaba perdonarse por haberlo perdido. Sabía que era una buena persona, pero el amor fue mas débil que la soberbia y se apartó de ellos dos. Los miedos de uno y la poca astucia del otro no lograron combinarse adecuadamente, aunque se querían. Aquella tarde en La Boca fue tan solo el punto final a una larga história de desilusiones y silencio. Y aún estaba el problema de regresar a casa, a enfrentar la jornada que le indicaba el fin de su vida tranquila y descomplicada.