quarta-feira, 31 de março de 2010

hablando de un tal Robin

pero, a fin de cuentas, que puede reclamar Rafael de Camilo?

Rafael no es nada, es una mentira, una especulación o incluso una difamación. Sin Camilo, Rafael no sería nada, y los dos los saben.

Rafael llegó un 31 de diciembre, a eso de las 10 de la noche, por pedido de Camilo, con o sin necesidad. Llegó y pisó fuerte. Habló de su vida, de sus represiones e inquietudes; no tuvo "pelos en la lengua" cuando habló de lo que para él era el liberalismo y la globalización social, religiosa y cultural. Dijo y desdijo, contradijo todo y no aseguró nada. Era Rafael, rojo, polémico, abstracto.

Después se perdió, escondido entre los paradigmas de Camilo, entre cianobactérias y funciones cuadráticas. Entre Carnaval y Fenómeno del Niño. Se perdió y no se supo de él hasta que llegó Camilo a Brasil, a la tierra del samba, a la tierra sexuada, al alboroto hormonal. Ahí surgió Rafael, como de las cenizas, mas rojo que nunca, tan bello como siempre, con sus rizos castaños y su voz agradable. Con sus labios gruesos y suaves y su controvertida forma de pensar.

Conoció en una sola noche dos brasileños, un alemán y un británico. Tuvo sexo con dos de ellos y bailó en la pista hasta que los encargados de la seguridad lo echaron casi a patadas. Llegó a su casa un lunes poco antes del medio día mientras Camilo se vestía para ir a la universidad, con ojeras por no poder dormir pensando en que algo malo le hubiera sucedido a Rafael. Por su parte él durmió y no se despertó hasta que Camilo contactó a su "dealer" personal, dos dias después. Rafael inmediatamente pidió su dosis de MDMA, desesperado, ansioso, irritante. Camilo pidió sus tradicionales 25 gramos de THC.

Luego fue el concierto, el mismo concierto que Camilo había anhelado por mas de 6 años. Rafael apareció en el concierto, drogado, agitado y agresivo. No le importaba nadie en ese momento, ni siquiera Camilo, el amor de su vida, quien lo cuidaba y lo alimentaba, quien lo veía despertar todas las mañanas entre el ruido de la construcción y los niños gritando en el patio vecino, a quien no le importaba si sus rizos parecían una esponja de lavar loza o una melena. En aquel concierto Rafael encerró a Camilo en un baño público y no lo dejó salir hasta que casi todas las personas salieron del recinto. Camilo no dijo nada, había llorado toda la noche que ni tenía alientos ni voz para reclamar, para hacerse sentir, para vivir. Se dejó llevar por Rafael y sus amigos, andó por mas de dos horas en medio de la ciudad burbujeante y caótica, la misma ciudad que lo había visto crecer, la misma ciudad que le había proporcionado tantas alegrías y tristezas, que le había brindado tantas lágrimas y risas.

Para Rafael, Camilo era un caso perdido. Era un perdedor, un insensato, un débil. No sabía lo que quería ni lo que tenía. Sin embargo, no había duda alguna que lo amaba. Así como un hijo a su madre o un hermano a su hermana. Sexualmente se llevaban bien, a Rafael le encantaba la barriga de Camilo, su olor, sus nalgas. Acariciarlo en las noches de invierno era un gran placer, se sentía bien cuando Camilo le transmitia su calor. A pesar de ello, Rafael no dejaba de pensar que Camilo era un caso perdido y que necesitaba con urgencia mudar su perspectiva, pues de lo contrario el mundo lo iba a asesinar.

Pero Camilo sí sabía a quien en verdad iban a asesinar.