"Y dime, Marcelito, como te defines?"
y el muchacho, amedrentado, le dice: "Soy un mal científico, soy un artista mediocre y soy un escritor frustrado". En seguida, la jueza le pregunta: "alguna última cosa para decir?"
"No". contesta Marcelo.
"Está bien. Pueden llevárselo"
La puerta se cierra y en la sala tan sólo se escucha el sonido de las hojas del informe. El destino de Marcelo ya no le corresponde a nadie en la sala. Las pruebas han hablado y los crímenes han sido resueltos. Poco a poco la sala se vacía, la luz de la tarde se escurre entre las ventanas y el vigilante tranca la puerta. A él nada le importa Marcelo, así como al resto de los presentes durante la audiencia.
Todos sabían que los juicios a favor de la moral eran los momentos perfectos para conocer personas e intercambiar teléfonos. Además, era en los juicios en que todos los habitantes de aquel pueblo se unían, por única vez, en pro de alguna causa: la defensa de la moral, los buenos costumbres y el arte barroco.
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